Me estás matando con el duro acero
de la incertidumbre, de la duda,
de la desconfianza que se ha vuelto aguda,
del mal pago a mi corazón sincero.
Me estás matando con el beso traicionero
que la miel de tus labios hábilmente escuda
pero al virarme mi realidad es muy ruda
sé que me hieres; pero aún siendo así, te quiero.
Me estás matando ¿lo sabes? ¡lentamente!
al ver en tos ojos el rostro de otro hombre
al estrechar tu cuerpo y sentirte distante.
Me estás matando y lo acepto penitentemente
porque yo solo sé pronunciar tu nombre
cuando a solas miro mi mortal semblante.
© 2000 Luis Bárcena Giménez
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